Ubicado en la cima del Puig Rom, a unos 230 metros sobre el nivel del mar, era un poblado fortificado erigido en el siglo VII d.C.
Roses da la bienvenida al visitante con su espectacular Ciudadela y lo despide con el Castillo de la Trinitat. Pero un poco más arriba, sobre una loma que la protege, reposan los restos de un asentamiento visigótico integrado por dos torres cuadrangulares y una muralla con dos muros, de gran valor arqueológico y declarado en 1963 Bien Cultural de Interés Nacional. Subir hasta él es emprender un viaje en el tiempo de 14 siglos; y una vez allí, disfrutar del regalo visual de la mejor vista panorámica de Roses y su majestuosa bahía.
Roses atrapa por el potente imán de sus playas y calas pero, una vez en ella, seduce por su patrimonio cultural. Un patrimonio arqueológico y arquitectónico muy diverso, fiel reflejo de su historia, marcada por una situación geográfica estratégica dentro de la España mediterránea. Por ello la hicieron suya griegos, romanos… ¡y visigodos! El legado de estos es un Castrum o poblado amurallado gestado en el siglo VII d.C desde el que los visigodos apoyaban al ya decadente imperio romano de la invasión de los alanos.
Descubierta hace algo más de siete décadas, en 1946, esta fortificación tenía una superficie de 0,9 hectáreas y 125 metros de anchura máxima de norte a sur, y 110 metros de este a oeste. En su origen, constaba de dos torres cuadrangulares ubicadas a los lados de la única puerta de acceso y estaba protegida por una muralla muy singular. Con un grosor de 2 metros, estaba construida por una doble pared: dos muros con un relleno interno de tierra y piedras. Y tiene una altura máxima de 3 o 4 metros en los sectores este y sur, los mejor conservados de todo el conjunto. En su interior, los arqueólogos hallaron monedas visigodas y romanas, diversos herramientas de hierro con fines agrícolas, cinturones visigodos, ornamentos bizantinos y diversa cerámica.
El perímetro del Castrum tiene una forma ovalada y el terreno muestra la existencia de calles y casas de planta cuadrangular adosadas a la muralla. La ausencia de restos de armas induce a pensar que no se trataba de un asentamiento militar sino de un poblado civil habitado por labradores, artesanos y pescadores.
Llegar hasta esta joya arqueológica rosense es fácil, siguiendo una amplia pista que transcurre entre viñas y olivos enmarcados por paredes bajas de piedra seca y, posteriormente, admirando un paisaje típico mediterráneo de pinos y alcornoques hasta llegar a la cima del Puig Rom. Y una vez allí, tras cruzar todo el Castrum visigótico, la guinda final: la espectacular vista panorámica de Roses y su majestuosa bahía, que forma parte del selecto club de las más bellas del mundo.
Más información en: http://es.visit.roses.cat/
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