La isla de los pequeños placeres está repleta de lugares de postal en los que olvidarse del tiempo y disfrutar de la caída del astro rey.
Nadie se atreve a discutir la belleza de esta isla repleta de tesoros, rincones y paisajes que quitan el hipo. Durante 365 días, Menorca siempre sorprende con una experiencia, un momento, un recuerdo que permanece imborrable por aquellos viajeros que han elegido embarcarse en la increíble aventura de recorrer una isla que no decepciona. Merece la pena hacer mención a uno de sus bienes inmateriales más bonitos y buscados por los que más saben del tema… ¡Sus atardeceres!
Menorca, entre sus muchas bondades, es una isla en el que la paleta de colores es tan sumamente amplia que es muy fácil encontrar lugares icónicos donde la luz del sol intensifica esa atmósfera irrepetible y que, como resultado, entrega al viajero una panorámica excelente. Los más románticos, o simplemente aquellos que buscan esos últimos destellos de luz solar que empiezan a fundirse en el horizonte, como si el Mediterráneo se los quedara para sí.
En cualquiera de sus faros, la vista del ocaso es sobrecogedora. Si de banda sonora añadimos el vaivén de las olas y el canto de alguna que otra ave, tenemos un escenario de cine. Son especialmente bellos los atardeceres en las áreas que componen el faro de Farvàritx; o los de Punta Nati y Cap d’Artrutx, desde los que divisar a la vecina Mallorca.
Otro lugar magnífico en el que sentarse a última hora de la tarde y quedarse a contemplar el atardecer es en cualquier de sus puertos. Tras un día de actividad, con llegada y salida de diferentes embarcaciones, trasiego de tripulantes y movimiento en general, de repente algo ocurre que no pasa inadvertido para quien se fija unos instantes… la calma absoluta. El agua parece una moqueta, inmóvil y oscura, y a lo lejos el sol fundiéndose con el horizonte, Maó, Ciutadella, Fornells… Cualquiera es un buen lugar para autorregalarse un instante ten emocionante antes de dar paso a la noche menorquina.
Pero quizás, convenga guardarse un día para asistir a uno de los atardeceres más especiales que puede obsequiar la isla de los pequeños placeres. Menorca y Cultura Talayótica van de la mano desde hace miles de años. El legado cultural, histórico y emocional es tan fuerte que cuando paseas por uno de sus yacimientos, captas en seguida que hay algo distinto, algo espiritual. Por citar uno en concreto, haz la prueba. Dirígete al poblado de Trepucó, uno de los más grandes de Menorca. Visualiza el sol justo cuando empieza su caída y toma asiento. El resto es sencillamente indescriptible. Como si de los primeros moradores de la isla se tratara, las sensaciones que se experimentan son difíciles de explicar.
El atardecer es ese momento del día en que uno para, se sienta, reflexiona o se evade, dejando volar la imaginación y, solos o en compañía, admirar la bella escena y convenir que no ha habido mejor momento en el día que este mismo instante. Pues cada atardecer en Menorca es una referencia constante a este escenario, que espera paciente a que lo descubras por ti mismo.
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