La cruz visigoda emblema de Baena desapareció del Museo Arqueológico Nacional en el año 1993. Más de 30 años después, su paradero sigue siendo una incógnita que no ha hecho más que acrecentar la devoción de los baenenses por este símbolo.
A veces, los objetos más pequeños esconden historias extraordinarias. Tal es el caso del Crismón de Baena, un símbolo que ha trascendido los siglos para convertirse en emblema de una comunidad, con un origen lleno de misterio y un renacimiento ligado a la pasión de sus habitantes. Una reproducción de esta pieza, de gran importancia para los baenenses y para su Semana Santa al ser el símbolo de la Agrupación de Cofradías, se muestra en la sala VII del Museo Histórico. También en la plaza Marinalba, en el barrio de la Almedina, se encuentra otro de gran tamaño realizado por la Escuela Taller de Baena con motivo de las VII Jornadas Nacionales de Exaltación al Tambor y el Bombo llevadas a cabo en la localidad en 1992.
La historia del Crismón se remonta a 1901, cuando unas labores agrarias cerca del cortijo bajo de Ízcar, a tan solo doce kilómetros de Baena, desenterraron un antiguo sepulcro. En su interior apareció una cruz de metal fundido que pronto captó la atención de los estudiosos. El artefacto, de 34 centímetros de altura y 25 de anchura, llevaba colgando en sus brazos el alfa y el omega, las primeras y últimas letras del alfabeto griego. Este detalle, un anagrama del nombre de Jesucristo, evocaba el principio y fin de todas las cosas, tal como lo describe Valverde y Perales en su obra ’Historia de la Villa de Baena’.
Este historiador y arqueólogo, consciente de su valor, donó la cruz al Museo Arqueológico Nacional en 1902. Sin embargo, el destino de la pieza tomó un giro inesperado: el 6 julio de 1993, desapareció del museo en circunstancias que siguen siendo un misterio. Baena, al perder este tesoro, vio cómo se desvanecía uno de los símbolos más significativos de su historia.
A pesar de su pérdida, el Crismón no quedó relegado al olvido. Unos años antes del robo, en 1973, el nieto de Valverde y Perales, Manuel Cassani, impulsó su recuperación de una manera curiosa. Encargó la creación de tres crismones de oro en una joyería local, con la ayuda de Juan Torrico Lomeña, un baenense apasionado por su legado cultural. Este gesto marcó el inicio de un renacimiento. La belleza y el simbolismo de estas réplicas no solo despertaron interés, sino que comenzaron a extenderse entre los habitantes de Baena.
Fue Torrico quien dio un paso más hacia la consolidación del Crismón como emblema de la localidad. En 1977, propuso que fuera adoptado como símbolo oficial de la Agrupación de Cofradías, vinculándolo profundamente con la tradición y espiritualidad de Baena.
Hoy, el Crismón no es solo un recuerdo arqueológico. Su diseño adorna collares, medallas y joyas, lucidas con orgullo por los baenenses como un símbolo de identidad y pertenencia. Es un recordatorio tangible de una historia compartida, una conexión entre el pasado y el presente que ha sabido mantenerse viva gracias al esfuerzo colectivo.
En Baena, el Crismón no solo revive a través de las palabras de Valverde y Perales o de las manos de los joyeros que lo replicaron; también lo hace en el corazón de quienes lo consideran una parte esencial de su cultura. La historia de esta pequeña cruz es un ejemplo de cómo el patrimonio, aunque a veces olvidado o perdido, puede renacer con fuerza, llevando consigo el espíritu de una comunidad que no olvida sus raíces. Si visitas Baena, busca el Crismón. No solo verás una joya: estarás contemplando un símbolo que une a toda una localidad.
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