TORRE MORANA: ATALAYA DE HISTORIA Y PIEDRA EN EL HORIZONTE DE BAENA

 

 

 

En la meseta que corona el cerro del Montecillo, a apenas cinco kilómetros al noreste de Baena, se alza la Torre Morana: un vigía silencioso de piedra caliza que, desde sus 687 metros de altitud, ha contemplado el devenir de siglos. Este enclave no es solo un mirador privilegiado —con Sierra Morena al norte, el Pantano de Vadomojón al este, y la antigua Torreparedones al oeste—, sino un palimpsesto arqueológico donde íberos, romanos, andalusíes y castellanos dejaron su huella.

El Montecillo es un libro abierto de estratos históricos. Su meseta superior alberga los restos de un recinto fortificado íbero, mientras que en su flanco sureste yace una necrópolis de la misma época. Cerámicas dispersas —desde la Edad del Bronce hasta la época andalusí— confirman que este lugar fue un imán para civilizaciones. La Torre Morana, sin embargo, es la protagonista indiscutible: una estructura prismática de 13 metros, con base cuadrada de 5 metros por lado, cuya mampostería reforzada con sillería caliza delata la mano de canteros medievales.

Sus detalles arquitectónicos hablan de funcionalidad y elegancia militar. La puerta sur, originalmente rematada por un arco ojival (hoy sustituido por un dintel moderno), conduce a un interior revestido de lajas de piedra donde aún persisten vestigios de enlucido blanquecino. Las ventanas tapiadas —a 6 y 8 metros de altura— y los restos de una escalera hacia un piso superior revelan su doble vocación: defensiva y habitacional. Las bóvedas de ladrillo, sostenidas por pechinas y perforadas por orificios de desagüe, son testimonio de una ingeniería pensada para resistir el tiempo.

Ecos de Batallas y Señoríos

La torre emerge en los documentos históricos como «la cabeza de Morana» en 1252, aunque su construcción probablemente data del siglo XIV. Su nombre, según el historiador Arjona, deriva de la raíz Mor- o Mur-, aludiendo a su posición dominante sobre el collado. No fue un lugar pacífico: en 1408, los nazaríes la atacaron, y en 1485, sus ballesteros recibieron desde la Torre del Puerto el aviso de la invasión de Boabdil «el Chico», cuyo ejército sería derrotado en Lucena. Tras la Reconquista, la torre pasó al Señorío de Cabra, cerrando su capítulo bélico.

Para el viajero curioso, visitar Torre Morana es un ejercicio de arqueología sensorial: pisar el mismo suelo donde íberos enterraron a sus muertos, imaginar las ahumadas medievales que alertaban de incursiones enemigas, o simplemente dejarse envolver por el silbido del viento entre las piedras. Un lugar donde la historia no se lee, se respira.

 

 

Más información enhttps://baenaturismo.com/

www.baena.es

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